Puedes oír su vida. Sientes cómo arden sus entrañas huecas, escupiendo bocanadas de humo al cielo. Si prestas atención, puedes incluso oírla respirar.
Y te atrapa, esa vida que amamanta sus calles, su gente, su luz. A cada paso, estás inevitablemente más enganchado a esas jóvenes raíces que la vertebran, desde el más tierno brote del parque al más alto edificio.
Es un imponente coloso de hierro durante el día, y dama con vestido de luces por la noche.
...Y ella te invita a bailar a su ritmo. No contempla la opción de que no puedas seguirlo. Baila. Más rápido. Ríe. Más alto. Aspira aire profundamente. Bienvenido a Nueva York.