Escritores, en su afán por escribir unos libros que muy pocos valorarán; abogados, entrelazando entre sí quinientas o seiscientas leyes sin sentido; dialécticos y sofistas, que no hacen más que charlar y discutir a pleno pulmón; y, sobre todo los filósofos, en sus inútiles intentos por ser los únicos sabios de la tierra son objeto de burla de la naturaleza. Ir en busca de la sabiduría no es, por naturaleza, la meta de nuestra existencia. La única felicidad la encontramos a través de la locura. A pesar de ofrecer gozo y júbilo, es criticada duramente. Ella cree cambiar la vivacidad de la tierra, todo se supervisa con más colorido, lo triste se vuelve alegre, lo lamentable se vuelve agradable, lo sombrío lleno de color y la normalidad se convierte en ella, en locura. Una locura como si por encanto, todo el silencio fuera desapareciendo y apareciera el alboroto y el tumulto. ¿Qué sería la vida sin una mínima gota de alegría?