Salimos con nuestras mejores galas. Listos para llenar nuestros pulmones con el apestoso humo de los cigarrillos y nuestros estómagos con tanto alcohol que podamos ahogar la ansiedad que araña sus paredes. Sentiremos el metálico sabor de la sangre que brota de la herida de nuestro corazón, en los labios. Callaremos con música estridente la persistente voz de nuestras cabezas que suplica que nos detengamos. Vibrará nuestro interior con el profundo sonido de los bajos, y nuestros pies, como una estampida, como la estampida de lágrimas que recorren nuestras caras sin que ni siquiera nos demos cuenta. Bailaremos hasta que nos ardan los músculos, y luego follaremos con gente que no nos importa, bebiéndonos el sudor mezclado con rabia, porque no podemos echar un polvo con quien realmente amamos. Y luego querremos huir. Lejos. Detente, no corras tanto. Pero no, no vamos a parar.
Porque somos jóvenes, guapos y estamos jodidamente tristes.