-¿Crees que todas estas veces bromeaba?
Sus ojos, tan azules que parecen hielo, me escudriñaron muy abiertos.
-No lo sé... -admití, bajando la mirada hacia mis zapatos mojados de lluvia.
Hizo una mueca y miró al frente. Parecía realmente disgustado. Su respiración se aceleraba por segundos, sus manos se entrelazaban sin parar. Y justo cuando parecía que iba a estallar...
-Nunca bromeé -susurró- Quiero despertarme contigo cada mañana, y decirte lo preciosa e inteligente que eres. Maravillarme cada vez que abras la boca y poder besarla a cada minuto. Saber que llegaré a casa por las noches y estarás esperándome, cenaremos, charlaremos, iremos a la cama y haremos el amor. Sé que te irás, y eso me aterra. Pero nunca dejaré de pedírtelo. Nunca bromeé, desde la primera vez que te lo pedí.
Le miré fijamente, notando un ligero vértigo en la boca del estómago.
-Quiero que te cases conmigo. -susurró.