Desde la ruina más intensa y profunda de mi corazón.

Que felicidad tan fugaz, cuando la tristeza es permanente.
No puedo creer que mi infancia haya pasado tan rápido, y que tenga tan pocos recuerdos de ella. La primera vez que le cogí unos tacones a mi madre, le quité un bolso o la imité mientras se maquillaba. Yo quería ser mayor. Como ella. Lo que yo no sabía era las consecuencias que eso tendría.
¿Quién no desear volver a la época donde su mayor preocupación era si se había puesto la ropa del derecho, o si había perdido a una amiga? Bueno, no se si todos, pero yo lo hago.
Tengo tantas cosas en la cabeza que parece que va a explotar, aj, que horrible sensación.
Lo mejor de nuestra infancia es que no éramos consciente de nada de lo que nos rodeaba. Ah, bendita ignorancia. Podías tener mil problemas y cien enfermedades que la felicidad solo se te iba si te castigaban sin jugar con los demás niños.
Bendita simplicidad.
Vivimos en una sociedad egoísta, materialista y discriminadora. Se creen con derecho a juzgar, cuando ese derecho solo lo tienen los jueces, y ni eso.
Una palabra, puede destrozar una vida, pero claro, no somos conscientes de eso. Somos niños pequeños, todavía. Disfrutamos hiriendo y viendo sufrir al resto, hundirlos en el lodo. ¿Nada como eso, eh?
Dais asco, preciosos.